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Esto - Febrero de 2020

La pantalla de mi computador marcaba las 13h13. Supe que debía escribir esto… no sé si llamarlo cuento, texto, relato, líneas… lo importante es que lo escriba mientras Gabriela esta junto a mi lado izquierdo en su carpita de juegos. Divertida con un lorito de peluche y con los otros tres juguetes que giran mientras ella ganguea.

Esta mañana cuando volvÍ de la piscina (que suerte tengo de poder ir a nadar y de llegar sobre las 10am mientras Kevin cuida a nuestra nena), busqué un supositorio de glicerina en la caja de medicamentos. Esa caja fue incluso soporte de mi Altar alguna vez en el estudio de la Avenida Georges Pompidou. Bref… no es lo que cuenta, lo que cuenta es todo lo que desato la búsqueda infructuosa de algo que le permitiera a Gabriela estar mejor de su barriga…

Lo que desató fueron recuerdos profundos relacionados con mi diagnóstico bipolar que llamo cada vez más mi fragilidad. Decidí entonces tomarme el tiempo luego de haber ido a la “pharmacie” por lo de Gabriela (porque primero lo primero). Y botar absolutamente todas las cajas y píldoras que no entiendo por qué conservaba desde hace tantos años, creo mucho por previsión de que un día no tuviera pastas en caso de urgencia, pero creo también que por un lazo con toda esta parte que trajo crueldad y aprendizajes en mi camino.

Crueldad porque cuando yo tuve mi primera crisis tenía 23 años. Estaba realmente muy jóven para hacer frente a tres hospitales psiquiátricos en el lapso de algo más de un mes (en Porto, en Antony cerca de Paris y en Bogotá en la bella Clínica La Inmaculada). Cruel porque la Olanzapina, la Risperidona, el Depakote, etc. etc.  llegaron a mi como una salvación que no entendí sino muchos anos después. Salvacion a la que me resisti, que me incomodo y avergonzó ante mis padres, mis amigos, mi novio, mi vida en Francia, pero sobre todo ante mí misma.

Fue todo tan rápido que en mis primeros años no es que no quise sino que no pude y es que no se podía entender la gran avalancha que llegaba, el cráter profundo que se abría, un tratamiento de por vida que requería de muchas herramientas y de muchas fuentes para dejar de ser látigo y convertirse en un arequipito…

Así que bueno, en este momento con esto que llamo “esto”, me despido de todos los miligramos que tenía guardados esperando una ocasión en que los necesitara. Me despido porque de una parte la mayoría de ellos ya expiraron. Pero les digo adiocito también porque muchos de ellos ya no me convienen. O porque son muy fuertes o porque y sobre todo yo ya soy más fuerte que las crisis prolongadas y las hospitalizaciones.

Gracias ESTO
Puteaux, 06 de febrero de 2020
En solo 15 minutos. Amén